viernes, 23 de enero de 2015

La firma de un dictador: Adolf Hitler (1)

Se ha escrito mucho sobre la evolución de la firma de Adolfo Hitler. Al tratarse de un personaje público  se conservan numerosos documentos firmados de su puño y letra. Por ser un personaje histórico, los avatares de su vida son conocidos por todos y podemos ver de manera precisa si existe o no un paralelismo entre ellos y su firma.



Desde los 17 años, edad en la que ya se puede considerar cierta madurez, no completa, en la firma de Hitler, vemos que las letras finales tienden a descender, es lo que se conoce como un imbricado descendente, una especie de escalera hacia abajo. La psicografología relaciona este rasgo con una tendencia a la autodestrucción, cierto cansancio vital si no es muy exagerado y  sadismo provocado por algo que le ha hecho daño y es incapaz de superar si se acentúa. Todos sabemos la tortuosa infancia del joven Adolf que, ya adulto, reconoció ser azotado a menudo por su padre cuando era niño. Se lo reconoció a su secretaria y le confesó: “Un día tomé la decisión de no llorar nunca más cuando mi padre me azotaba. Después tuve la oportunidad de poner a prueba mi voluntad. Mi madre, asustada, se escondió en frente de la puerta. En cuanto a mí, conté silenciosamente los golpes del palo que azotaba mi trasero”.
Si nos fijamos veremos las diferencias entre la firma de 1906 y de 1908. Vemos que la primera está subrayada por una doble rúbrica. Es tortuosa, casi ilegible, típica de alguien que se esconde, que tiene cierto miedo, que no está conforme con su realidad. En esa época le obligan a escribir con la mano derecha siendo zurdo y le impiden entrar en la Escuela de Arte de Viena.
En la firma de 1908 ya no hay rúbrica, la inseguridad se ha convertido en seguridad, se siente a gusto consigo mismo. Adolf ha encontrado su camino, no necesita ninguna línea en la que apoyarse ni ninguna rúbrica que le sirva de antifaz. Los bucles se empastan con tinta, señal de terquedad, fuerza de voluntad y cabezonería. Por esos años sus ideales antisemitas y xenófobos ya están definidos y los  manifiesta en sus escritos. Su personalidad se ha formado en lo principal y además tiene la seguridad de haber recibido la herencia de su padre, hecho que se produce a los 24 años y le da seguridad económica. Vemos que la firma de 1914 marca de manera definitiva sus rasgos esenciales y, a pesar de los años, se mantiene el imbricado descendente comentado al principio.



Analizando la firma de 1920, observamos ya algunos cambios.  Es más angulosa, más fría, más dura. Tiene mayor relevancia el apellido, el nombre se simplifica y empieza a parecerse a la esvástica cada vez más. La letra A, de Adolf, pasa a ser una “a” minúscula elevada a mayúscula, lo que indica cierto desprecio hacia sí mismo y hacia el otro. En los primeros años de la década de los 20 del pasado siglo, Hitler ya es reconocido como un gran orador y asciende con rapidez  a la presidencia del partido nazi. Ya es un ídolo de masas.
En las firmas de 1925 y 1929 es la H del apellido la que se sobredimensiona en detrimento de las letras del nombre. Cada vez pierde más importancia lo personal y toma más relevancia lo social. Si analizamos esa H mayúscula de 1929 vemos un ensalzamiento de sí mismo acompañado de  una proyección social. Los bucles inflados hablan de ilusión e imaginación desmesuradas, vanagloria, mitomanía, necesidad de poseerlo todo, idea excesivamente elevada de sí mismo y al mismo tiempo cortesía calculada y habilidad seductora para conseguir sus propósitos. Es la época del asalto al poder de Adolf Hitler.
En la próxima entrega continuaremos analizando el desarrollo de su firma desde 1929, Hitler cumple 40 años, hasta su fallecimiento a los 56 años en 1945.