domingo, 1 de febrero de 2015

La firma de un dictador: Adolf Hitler (2)

Veíamos en la entrada anterior cómo la firma de Hitler iba manifestando rasgos propios de la personalidad del dictador. La H se inflaba de manera desmesurada a partir de 1929 y al mismo tiempo la línea de escritura sufría un descenso final que indicaba desmotivación, cierto desprecio a uno mismo, encubierto con una gran máscara de autoestima de cara al exterior.



 Por un efecto compensatorio, en lugar de esconderse, Adolf Hitler  se revuelve con orgullo desmesurado. En ese momento no hay la más mínima presencia de un gesto que indique un instinto suicida. No obstante, el desprecio a sí mismo puede acabar desembocando en un estado de infelicidad tan grande que lleve a una persona a desear la muerte.
Si nos damos cuenta en las firmas de los años 1934 y 1937, la distancia entre lo que queda del nombre y el apellido es cada vez mayor. Nuestro protagonista está más lejos de su entorno íntimo. Apenas queda nada de Adolf, la persona,  todo lo que queda es Hitler, el personaje. La dureza de los rasgos es mayor. Mayor presión a la hora de apretar la pluma y más ángulos a la hora de formar los rasgos del texto, podemos hablar de sadismo.
La letra cada vez se tumba más, alcanza incluso los 160º. Está conectada y con ejes rígidos. Es una escritura emocional, pasional, terca, con letra ligada. La emoción excesiva hace que desaparezca la razón. Si nos damos cuenta, desde 1920 el trazo horizontal de la H lo realiza después de haber hecho la letra. Es una clara pulsión escópica. Tiene una enorme tensión interna que trata de controlar.
En 1944 vemos que la firma se fragmenta, hay ya menos presión, ciertas torsiones. Los trazos ascendentes se marcan mucho menos que los descendentes. Hay falta de vigor, cansancio, debilidad. El deterioro empieza a manifestarse de manera evidente.



Basta un vistazo a la firma de 1945 para observar un mayor desgaste. Emplastamientos de tinta debido a que la mano se mueve muy lentamente. Hitler tiene 56 años, está agarrotado y sus movimientos, a pesar de la edad, son los de un anciano. Adolf todavía se sostiene, al contrario de lo que pasaba unas años atrás, pero el Hitler se hace añicos. Ya no tiene fuerza ni mental ni física para seguir adelante, es un hombre destrozado, acabado, incluso con rasgos paranoicos, estaba convencido de que todo el mundo iba contra él. Su ánimo, como su firma están ya por los suelos. Sin duda le ha llegado el final, no en vano. La de 1945, es la firma de su testamento, unas horas antes de suicidarse.