domingo, 10 de mayo de 2015

Ángel Gabilondo según su firma

Os dejo este pequeño informe encargado por el diario ABC a la Asociación Española de Grafología, Investigación y Peritaje (AEGIP), de la que formo parte, sobre la firma del candidato del PSOE a la Comunidad de Madrid. El encargo se hizo extensivo al resto de candidatos a la Alcaldía y a la Comunidad. A mí me tocó trabajar sobre Ángel Gabilondo y mi texto apareció publicado tal cual yo le mandé. El resto de compañeros han sufrido alguna alteración de su trabajo e incluso algunos, demasiada. Tampoco firmaron nuestro informe individualmente, algo que se les solicitó. A pesar de todo y del título elegido por el diario, que no comparto, os dejo el estudio.





La firma de Ángel Gabilondo es la de una persona de gran madurez que controla su estado de ánimo y se muestra con nobleza. La rectitud en la dirección nos habla de alguien que no cede a presiones y que muestra cierta intransigencia hacia lo ilícito, aspectos que se remarcan en la morfología y legibilidad de la firma, donde queda patente su sentido de la responsabilidad, su franqueza y cierta coquetería. Debido a la seguridad de su carácter, en ocasiones se muestra con cierto aire de superioridad. Tímido, es una persona dada a avanzar despacio pero con firmeza. Probablemente marcado por la figura paterna. Se siente cómodo en el ámbito social, está abierto al diálogo, diplomático y astuto, con deseo de agradar. Reflexivo, con cierto aire de distinción, ego severo como lo demuestra la morfología de las letras de su firma, Gabilondo es incisivo, perspicaz, con una alta autoestima y poco dado a soltar lastre en el trabajo. Enemigo cauteloso e inteligente, creativo y con sentido de la estética se abre al mundo, pero con prudencia. Se diría que está disfrutando con la situación que vive.

domingo, 1 de febrero de 2015

La firma de un dictador: Adolf Hitler (2)

Veíamos en la entrada anterior cómo la firma de Hitler iba manifestando rasgos propios de la personalidad del dictador. La H se inflaba de manera desmesurada a partir de 1929 y al mismo tiempo la línea de escritura sufría un descenso final que indicaba desmotivación, cierto desprecio a uno mismo, encubierto con una gran máscara de autoestima de cara al exterior.



 Por un efecto compensatorio, en lugar de esconderse, Adolf Hitler  se revuelve con orgullo desmesurado. En ese momento no hay la más mínima presencia de un gesto que indique un instinto suicida. No obstante, el desprecio a sí mismo puede acabar desembocando en un estado de infelicidad tan grande que lleve a una persona a desear la muerte.
Si nos damos cuenta en las firmas de los años 1934 y 1937, la distancia entre lo que queda del nombre y el apellido es cada vez mayor. Nuestro protagonista está más lejos de su entorno íntimo. Apenas queda nada de Adolf, la persona,  todo lo que queda es Hitler, el personaje. La dureza de los rasgos es mayor. Mayor presión a la hora de apretar la pluma y más ángulos a la hora de formar los rasgos del texto, podemos hablar de sadismo.
La letra cada vez se tumba más, alcanza incluso los 160º. Está conectada y con ejes rígidos. Es una escritura emocional, pasional, terca, con letra ligada. La emoción excesiva hace que desaparezca la razón. Si nos damos cuenta, desde 1920 el trazo horizontal de la H lo realiza después de haber hecho la letra. Es una clara pulsión escópica. Tiene una enorme tensión interna que trata de controlar.
En 1944 vemos que la firma se fragmenta, hay ya menos presión, ciertas torsiones. Los trazos ascendentes se marcan mucho menos que los descendentes. Hay falta de vigor, cansancio, debilidad. El deterioro empieza a manifestarse de manera evidente.



Basta un vistazo a la firma de 1945 para observar un mayor desgaste. Emplastamientos de tinta debido a que la mano se mueve muy lentamente. Hitler tiene 56 años, está agarrotado y sus movimientos, a pesar de la edad, son los de un anciano. Adolf todavía se sostiene, al contrario de lo que pasaba unas años atrás, pero el Hitler se hace añicos. Ya no tiene fuerza ni mental ni física para seguir adelante, es un hombre destrozado, acabado, incluso con rasgos paranoicos, estaba convencido de que todo el mundo iba contra él. Su ánimo, como su firma están ya por los suelos. Sin duda le ha llegado el final, no en vano. La de 1945, es la firma de su testamento, unas horas antes de suicidarse.

viernes, 23 de enero de 2015

La firma de un dictador: Adolf Hitler (1)

Se ha escrito mucho sobre la evolución de la firma de Adolfo Hitler. Al tratarse de un personaje público  se conservan numerosos documentos firmados de su puño y letra. Por ser un personaje histórico, los avatares de su vida son conocidos por todos y podemos ver de manera precisa si existe o no un paralelismo entre ellos y su firma.



Desde los 17 años, edad en la que ya se puede considerar cierta madurez, no completa, en la firma de Hitler, vemos que las letras finales tienden a descender, es lo que se conoce como un imbricado descendente, una especie de escalera hacia abajo. La psicografología relaciona este rasgo con una tendencia a la autodestrucción, cierto cansancio vital si no es muy exagerado y  sadismo provocado por algo que le ha hecho daño y es incapaz de superar si se acentúa. Todos sabemos la tortuosa infancia del joven Adolf que, ya adulto, reconoció ser azotado a menudo por su padre cuando era niño. Se lo reconoció a su secretaria y le confesó: “Un día tomé la decisión de no llorar nunca más cuando mi padre me azotaba. Después tuve la oportunidad de poner a prueba mi voluntad. Mi madre, asustada, se escondió en frente de la puerta. En cuanto a mí, conté silenciosamente los golpes del palo que azotaba mi trasero”.
Si nos fijamos veremos las diferencias entre la firma de 1906 y de 1908. Vemos que la primera está subrayada por una doble rúbrica. Es tortuosa, casi ilegible, típica de alguien que se esconde, que tiene cierto miedo, que no está conforme con su realidad. En esa época le obligan a escribir con la mano derecha siendo zurdo y le impiden entrar en la Escuela de Arte de Viena.
En la firma de 1908 ya no hay rúbrica, la inseguridad se ha convertido en seguridad, se siente a gusto consigo mismo. Adolf ha encontrado su camino, no necesita ninguna línea en la que apoyarse ni ninguna rúbrica que le sirva de antifaz. Los bucles se empastan con tinta, señal de terquedad, fuerza de voluntad y cabezonería. Por esos años sus ideales antisemitas y xenófobos ya están definidos y los  manifiesta en sus escritos. Su personalidad se ha formado en lo principal y además tiene la seguridad de haber recibido la herencia de su padre, hecho que se produce a los 24 años y le da seguridad económica. Vemos que la firma de 1914 marca de manera definitiva sus rasgos esenciales y, a pesar de los años, se mantiene el imbricado descendente comentado al principio.



Analizando la firma de 1920, observamos ya algunos cambios.  Es más angulosa, más fría, más dura. Tiene mayor relevancia el apellido, el nombre se simplifica y empieza a parecerse a la esvástica cada vez más. La letra A, de Adolf, pasa a ser una “a” minúscula elevada a mayúscula, lo que indica cierto desprecio hacia sí mismo y hacia el otro. En los primeros años de la década de los 20 del pasado siglo, Hitler ya es reconocido como un gran orador y asciende con rapidez  a la presidencia del partido nazi. Ya es un ídolo de masas.
En las firmas de 1925 y 1929 es la H del apellido la que se sobredimensiona en detrimento de las letras del nombre. Cada vez pierde más importancia lo personal y toma más relevancia lo social. Si analizamos esa H mayúscula de 1929 vemos un ensalzamiento de sí mismo acompañado de  una proyección social. Los bucles inflados hablan de ilusión e imaginación desmesuradas, vanagloria, mitomanía, necesidad de poseerlo todo, idea excesivamente elevada de sí mismo y al mismo tiempo cortesía calculada y habilidad seductora para conseguir sus propósitos. Es la época del asalto al poder de Adolf Hitler.
En la próxima entrega continuaremos analizando el desarrollo de su firma desde 1929, Hitler cumple 40 años, hasta su fallecimiento a los 56 años en 1945.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Grafólogos versus grafiteros



Cuando la paciencia de los responsables de urbanismo de las ciudades llega al límite en su lucha contra los grafitis, la solución es un equipo de grafólogos. Puede resultar extraño, pero es cierto. Son muchas las ciudades grandes (Barcelona, Alicante), y no tan grandes ( Figueras, Lugo, Girona, etc..), que recurren a los análisis caligráficos para detener y hacer que paguen los culpables de tal o cual pintada, en lugares no permitidos para ello. Cada año se disparan las cantidades que los ayuntamientos emplean en limpiar las calles sin que nadie se responsabilice de la factura.



Como asegura el prestigioso calígrafo José Antonio León, la mayoría de los grafiteros comienzan realizando firmas, lo que conocemos como tags, etiquetas. Se trata de seudónimos que no suelen tener más de cinco letras, hechos con pocos trazos y adornados con algún signo significativo. Más adelante estos simples trazos van evolucionando, rellenando la firma, dándole volumen y buscando su propio estilo, para terminar realizando murales.

Como cualquier escrito hecho a mano, el grafiti se identifica con el individuo, casi siempre de manera consciente. La persona o el grupo, a veces son pandillas, buscan un estilo que les identifique y distinga de los demás. En las ciudades, estos grupos se convierten en bandas de “grafiteros” que compiten marcando su territorio con su firma, o provocando a la banda del barrio rival escribiendo, como el perro que mea en las esquinas, en terreno contrario. Y no estamos hablando de Nueva York o de Los Ángeles, sino de Figueras, por poner un ejemplo, donde actúan bandas de “grafiteros” como los Perch, los Típex o los Gong.


Para controlar las acciones de estos “artistas” urbanos (algunos lo son sin comillas), la policía municipal respectiva ha optado por contratar los servicios de expertos grafólogos o formar a alguno de sus agentes. Cuando se detiene in fraganti a un grafitero, el grafólogo analiza su trabajo y lo coteja con la base de datos policial que, previamente, ha ido fotografiando todas las pintadas del barrio. Es entonces cuando se emite un informe, que tiene valor de prueba ante los tribunales, logrando que el autor o sus progenitores se hagan cargo del coste de la limpieza, y se tomen medidas contra el infractor, por lo general una sanción. Si la pintada está en un edificio privado, la policía explica al dueño la posibilidad de que aporte un informe pericial sobre lo que costaría el arreglo, que luego se une al atestado, donde se incluye el informe caligráfico.

Gracias a la intervención de un oficial experto grafólogo, en Alicante, la Concejalía de Seguridad Ciudadana consiguió atribuir, en el año 2012, 117 pintadas a 11 grafiteros e instruir 21 denuncias administrativas por incumplimiento de la nueva ordenanza de limpieza. En ese período de tiempo catalogaron, analizaron e incluyeron en su base de datos más de 2.000 grafitis localizados por todo el término municipal alicantino.


Contratar a un grafólogo es eficaz y, como vemos, tiene validez ante un tribunal. El perito debe de actuar de manera parecida a como lo haría ante un texto escrito, aunque el útil sea otro muy distinto. Lo primero es cotejar la prueba indubitada, la que realizó el presunto autor cuando fue pillado in fraganti, y a partir de ahí ir comparándola con el resto de la base de datos. El estudio de la forma de las letras, de los arranques y finales de las firmas y rúbricas, la repetición de gestos tipo, la proporción de los distintos signos, la inclinación, la tendencia en la dirección, … son factores a tener en cuenta. Además, hoy existen programas, caros, pero eficaces, que son capaces de, sobreponiendo una imagen sobre otra, determinar si las hizo la misma persona. Vamos, que los “grafiteros” tienen un nuevo enemigo y además, infalible.


viernes, 18 de octubre de 2013

¿Acabará la Grafología con el misterio del origen de Colón?

Lo prometido es deuda y volvemos con una nueva entrega del grafólogo incipiente. Os hablaba hace quince días, recordad que este blog se actualiza cada dos semanas, de la importancia de la firma para, a través de ella, conocer mejor la personalidad de un individuo. Pero la firma no sólo tiene el don de reflejar el estado del alma, aunque suene a cursi, sino que posee rango legal. Lo que se firma se afirma, se autentifica y se responde por ello. De ahí que el análisis de la firma sirva descubrir falsificaciones y estafas o incluso para descubrir la identidad de alguien tan enigmático como Cristóbal Colón, como hemos podido comprobare en los informativos de los últimos días.
Vamos por partes, el pasado día 1 de octubre, El Mundo (Fuente Eropa Press) publicaba que en Torremolinos se había sentenciado a un año de cárcel a una persona que había falsificado una firma para evitar ser desahuciado. El caso es que este pobre hombre, llevado por la necesidad (el auto recoge su precariedad) decidió, a la muerte de su casera, presentar un escrito hecho a máquina y presuntamente firmado por la fallecida, en el que ésta le autorizaba a seguir viviendo en el piso alquilado sin pagar nada de renta, hasta que él muriese. Los hijos de la casera sospecharon del escrito, fechado en un día en el que la ya fallecida estaba fuera de España, y pusieron a disposición de los peritos calígrafos la firma, que sí era similar a la de su madre, aunque dudosa.
Tuvo que ser un perito, en este caso de la Policía Nacional, quien no sólo aseguró que esa firma no era de la casera, sino que la falsificación la hizo el propio interesado. Para ello sometió al acusado a una larga y extenuante sesión de firmas hasta que éste se relajó y puso sobre el papel los verdaderos rasgos de su escritura y no los fingidos. Rasgos que sólo alguien como un perito calígrafo, tras varios años de preparación y experiencia puede llegar a descifrar: gestos tipo (exclusivos), tendencias, arranques y finales de rúbricas y letras…En definitiva características que hilan como un cordón umbilical a una persona con su firma.
La segunda historia que traigo hoy a este blog sobre grafología tiene que ver con Cristóbal Colón. Eso de que el descubridor de América que, según los libros de texto, era genovés, lo fuera realmente, es algo que se ha puesto en duda desde su muerte. A día de hoy, nadie es capaz de asegurar con absoluta certeza cuál es su lugar de nacimiento. Entre las muchas paternidades está Navarra, Barcelona e incluso Guadalajara, en una más que documentada y coherente hipótesis lanzada en su día por el doctor Sanz y documentada posteriormente más científicamente por los historiadores Margarita del Olmo y Emilio Cuenca.  A todas ellas hay que unir ahora la de que Cristóbal Colón era en verdad Pedro Álvarez de Sotomayor, como asegura el investigador Modesto Manuel Doval y recogen el portal Terrae Antiquae y el Diario de Pontevedra, entre otros medios gallegos. Pedro Madruga (Sotomayor) fue un noble pontevedrés que defendió la causa de Juana La Beltraneja frente a Isabel I y que, una vez vencido se retiró a Portugal y murió en extrañas circunstancias, sin que nadie nunca supiese nada del cadáver. Al tiempo que desaparecía el noble aparecía Cristóbal Colón en escena, algo más que sospechoso para los defensores de esta hipótesis que, además, hilan numerosas circunstancias comunes entre ambos personajes a lo largo de su vida que, aseguran, les dan la razón.



Pero la prueba definitiva la llevó a cabo la perito calígrafo Teresa Torres que, comparando varios escritos de ambos personajes, llegó a la conclusión de que Cristóbal Colón y Pedro Álvarez de Sotomayor eran la misma persona y así lo hizo saber a la Universidad de Barcelona. Allí, dicen, cotejaron sus estudios otros expertos (algo que no todos aseguran porque no se dice quiénes lo hicieron) que llegan a la misma conclusión. ¿Habrá acabado la Grafología con el misterio del nacimiento de Colón? Los gallegos lo tienen claro sí;  los historiadores también: no;  y los calígrafos necesitaríamos varios informes, y no sólo el de una persona, eso sí, perfectamente cualificada,para dar por zanjado un asunto tan complicado, tan denso, tan extenso y tan polémico como éste. 

miércoles, 2 de octubre de 2013

Hay firmas y firmas...



Mi primera intención fue titular este nuevo blog sobre Grafología “El grafólogo inocente”, o “impaciente”, aprovechando la presencia en el subconsciente colectivo de los títulos de las obras de Nigel Barley (“El antropólogo inocente”) y Lorenzo Silva (“El alquimista impaciente”), dos libros más que recomendables que no tienen nada que ver directamente con la grafología, dicho sea de paso, pero sí con la esencia del quehacer del grafólogo y cuyos títulos son directos, cortos e informativos. Sin embargo, nada más lejos que la inocencia y la impaciencia para definir la labor de un grafólogo. Así que opté, respetando la sencilla fórmula, por el adjetivo incipiente. Mi intención nace hoy, es por tanto “incipiente” y desde este momento no es otra que compartir con vosotros todas las semanas mis experiencias en el mundo de la grafología, universo desconocido al que el caso Bárcenas ha dado algo de populridad.
Todo análisis grafológico conlleva una buena dosis de paciencia. Una recomendación: sospecha de aquel que te ofrezca análisis express. Acercarse a la personalidad de una persona mediante su escritura es eficaz, pero laborioso. Un análisis grafológico serio y veraz lleva su tiempo y en la actitud del grafólogo la inocencia es una mala aliada. De cuanto dejamos escrito nada es baladí. Cada trazo de la letra y de la firma de un individuo nos aporta información sobre cómo somos y cómo nos comportamos, eso nos obliga a los grafólogos a que nuestra actitud carezca también de toda inocencia. Consciente o inconscientemente, al escribir hablamos desde el corazón y desde el cerebro, unas veces con más protagonismo  de uno que de otro, pero siempre proyectándonos desde nuestro yo íntimo hacia nuestro yo social.






Si  observamos la firma del pintor Salvador Dalí a finales de los años sesenta del pasado siglo (la primera, arriba) y a comienzos de los setenta, observamos que, a pesar de existir  alguna diferencia, existen semejanzas. Centrémonos sólo en la originalidad y extravagancia de su inicial mayúscula. ¿Tiene algo que ver con la de Miguel Hernández?:



¿O con la firma del Dalí joven, tímido y retraído, totalmente anulado por sus padres tal y como él reconoce en su biografía y cuentan de él sus amigos de juventud, y que reproducimos abajo?




Sin conocer a los personajes, no es el caso, haciendo ese imposible ejercicio de abstracción, sería fácil saber, usando sólo el sentido común, cuál de los tres personajes (Dalí joven, Dalí maduro, poeta Miguel)  gustaba de llamar la atención, como un rasgo de su personalidad en el momento de plasmar su firma. Insisto, en el momento de plasmar su firma, porque, como vemos, la personalidad de todos nosotros cambia con el tiempo y por las circunstancias.
Siendo las de Miguel Hernández y la de Salvador  Dalí dos personalidades creativas, su actitud hacia el exterior se nos muestra claramente distinta. Los adornos y la rúbrica forman parte de la firma y su información también es muy valiosa. Alguien podría decir, y hay quien lo dice, que esas afirmaciones se hacen cuando de antemano se conoce al personaje, que si no es así, la grafología es una mera adivinación.
Os pido que hagáis un ejercicio: ¿Si vemos esta firma podemos decir que es la de una persona que gusta de pasar inadvertido?


Y si vemos ésta:




¿Transmiten o no diferente información aún a simple vista? Desentrañar esa información, plasmarla negro sobre blanco en un informe técnico para usarla en múltiples disciplinas como la Justicia, la Educación , la Medicina o los RR HH, es  la función de los grafólogos.
Nos vemos, si queréis, todos los viernes cada quince días a partir del 4 de octubre.