viernes, 18 de octubre de 2013

¿Acabará la Grafología con el misterio del origen de Colón?

Lo prometido es deuda y volvemos con una nueva entrega del grafólogo incipiente. Os hablaba hace quince días, recordad que este blog se actualiza cada dos semanas, de la importancia de la firma para, a través de ella, conocer mejor la personalidad de un individuo. Pero la firma no sólo tiene el don de reflejar el estado del alma, aunque suene a cursi, sino que posee rango legal. Lo que se firma se afirma, se autentifica y se responde por ello. De ahí que el análisis de la firma sirva descubrir falsificaciones y estafas o incluso para descubrir la identidad de alguien tan enigmático como Cristóbal Colón, como hemos podido comprobare en los informativos de los últimos días.
Vamos por partes, el pasado día 1 de octubre, El Mundo (Fuente Eropa Press) publicaba que en Torremolinos se había sentenciado a un año de cárcel a una persona que había falsificado una firma para evitar ser desahuciado. El caso es que este pobre hombre, llevado por la necesidad (el auto recoge su precariedad) decidió, a la muerte de su casera, presentar un escrito hecho a máquina y presuntamente firmado por la fallecida, en el que ésta le autorizaba a seguir viviendo en el piso alquilado sin pagar nada de renta, hasta que él muriese. Los hijos de la casera sospecharon del escrito, fechado en un día en el que la ya fallecida estaba fuera de España, y pusieron a disposición de los peritos calígrafos la firma, que sí era similar a la de su madre, aunque dudosa.
Tuvo que ser un perito, en este caso de la Policía Nacional, quien no sólo aseguró que esa firma no era de la casera, sino que la falsificación la hizo el propio interesado. Para ello sometió al acusado a una larga y extenuante sesión de firmas hasta que éste se relajó y puso sobre el papel los verdaderos rasgos de su escritura y no los fingidos. Rasgos que sólo alguien como un perito calígrafo, tras varios años de preparación y experiencia puede llegar a descifrar: gestos tipo (exclusivos), tendencias, arranques y finales de rúbricas y letras…En definitiva características que hilan como un cordón umbilical a una persona con su firma.
La segunda historia que traigo hoy a este blog sobre grafología tiene que ver con Cristóbal Colón. Eso de que el descubridor de América que, según los libros de texto, era genovés, lo fuera realmente, es algo que se ha puesto en duda desde su muerte. A día de hoy, nadie es capaz de asegurar con absoluta certeza cuál es su lugar de nacimiento. Entre las muchas paternidades está Navarra, Barcelona e incluso Guadalajara, en una más que documentada y coherente hipótesis lanzada en su día por el doctor Sanz y documentada posteriormente más científicamente por los historiadores Margarita del Olmo y Emilio Cuenca.  A todas ellas hay que unir ahora la de que Cristóbal Colón era en verdad Pedro Álvarez de Sotomayor, como asegura el investigador Modesto Manuel Doval y recogen el portal Terrae Antiquae y el Diario de Pontevedra, entre otros medios gallegos. Pedro Madruga (Sotomayor) fue un noble pontevedrés que defendió la causa de Juana La Beltraneja frente a Isabel I y que, una vez vencido se retiró a Portugal y murió en extrañas circunstancias, sin que nadie nunca supiese nada del cadáver. Al tiempo que desaparecía el noble aparecía Cristóbal Colón en escena, algo más que sospechoso para los defensores de esta hipótesis que, además, hilan numerosas circunstancias comunes entre ambos personajes a lo largo de su vida que, aseguran, les dan la razón.



Pero la prueba definitiva la llevó a cabo la perito calígrafo Teresa Torres que, comparando varios escritos de ambos personajes, llegó a la conclusión de que Cristóbal Colón y Pedro Álvarez de Sotomayor eran la misma persona y así lo hizo saber a la Universidad de Barcelona. Allí, dicen, cotejaron sus estudios otros expertos (algo que no todos aseguran porque no se dice quiénes lo hicieron) que llegan a la misma conclusión. ¿Habrá acabado la Grafología con el misterio del nacimiento de Colón? Los gallegos lo tienen claro sí;  los historiadores también: no;  y los calígrafos necesitaríamos varios informes, y no sólo el de una persona, eso sí, perfectamente cualificada,para dar por zanjado un asunto tan complicado, tan denso, tan extenso y tan polémico como éste. 

miércoles, 2 de octubre de 2013

Hay firmas y firmas...



Mi primera intención fue titular este nuevo blog sobre Grafología “El grafólogo inocente”, o “impaciente”, aprovechando la presencia en el subconsciente colectivo de los títulos de las obras de Nigel Barley (“El antropólogo inocente”) y Lorenzo Silva (“El alquimista impaciente”), dos libros más que recomendables que no tienen nada que ver directamente con la grafología, dicho sea de paso, pero sí con la esencia del quehacer del grafólogo y cuyos títulos son directos, cortos e informativos. Sin embargo, nada más lejos que la inocencia y la impaciencia para definir la labor de un grafólogo. Así que opté, respetando la sencilla fórmula, por el adjetivo incipiente. Mi intención nace hoy, es por tanto “incipiente” y desde este momento no es otra que compartir con vosotros todas las semanas mis experiencias en el mundo de la grafología, universo desconocido al que el caso Bárcenas ha dado algo de populridad.
Todo análisis grafológico conlleva una buena dosis de paciencia. Una recomendación: sospecha de aquel que te ofrezca análisis express. Acercarse a la personalidad de una persona mediante su escritura es eficaz, pero laborioso. Un análisis grafológico serio y veraz lleva su tiempo y en la actitud del grafólogo la inocencia es una mala aliada. De cuanto dejamos escrito nada es baladí. Cada trazo de la letra y de la firma de un individuo nos aporta información sobre cómo somos y cómo nos comportamos, eso nos obliga a los grafólogos a que nuestra actitud carezca también de toda inocencia. Consciente o inconscientemente, al escribir hablamos desde el corazón y desde el cerebro, unas veces con más protagonismo  de uno que de otro, pero siempre proyectándonos desde nuestro yo íntimo hacia nuestro yo social.






Si  observamos la firma del pintor Salvador Dalí a finales de los años sesenta del pasado siglo (la primera, arriba) y a comienzos de los setenta, observamos que, a pesar de existir  alguna diferencia, existen semejanzas. Centrémonos sólo en la originalidad y extravagancia de su inicial mayúscula. ¿Tiene algo que ver con la de Miguel Hernández?:



¿O con la firma del Dalí joven, tímido y retraído, totalmente anulado por sus padres tal y como él reconoce en su biografía y cuentan de él sus amigos de juventud, y que reproducimos abajo?




Sin conocer a los personajes, no es el caso, haciendo ese imposible ejercicio de abstracción, sería fácil saber, usando sólo el sentido común, cuál de los tres personajes (Dalí joven, Dalí maduro, poeta Miguel)  gustaba de llamar la atención, como un rasgo de su personalidad en el momento de plasmar su firma. Insisto, en el momento de plasmar su firma, porque, como vemos, la personalidad de todos nosotros cambia con el tiempo y por las circunstancias.
Siendo las de Miguel Hernández y la de Salvador  Dalí dos personalidades creativas, su actitud hacia el exterior se nos muestra claramente distinta. Los adornos y la rúbrica forman parte de la firma y su información también es muy valiosa. Alguien podría decir, y hay quien lo dice, que esas afirmaciones se hacen cuando de antemano se conoce al personaje, que si no es así, la grafología es una mera adivinación.
Os pido que hagáis un ejercicio: ¿Si vemos esta firma podemos decir que es la de una persona que gusta de pasar inadvertido?


Y si vemos ésta:




¿Transmiten o no diferente información aún a simple vista? Desentrañar esa información, plasmarla negro sobre blanco en un informe técnico para usarla en múltiples disciplinas como la Justicia, la Educación , la Medicina o los RR HH, es  la función de los grafólogos.
Nos vemos, si queréis, todos los viernes cada quince días a partir del 4 de octubre.