Mi primera intención fue titular este nuevo blog sobre
Grafología “El grafólogo inocente”, o “impaciente”, aprovechando la presencia
en el subconsciente colectivo de los títulos de las obras de Nigel Barley (“El
antropólogo inocente”) y Lorenzo Silva (“El alquimista impaciente”), dos libros
más que recomendables que no tienen nada que ver directamente con la
grafología, dicho sea de paso, pero sí con la esencia del quehacer del
grafólogo y cuyos títulos son directos, cortos e informativos. Sin embargo,
nada más lejos que la inocencia y la impaciencia para definir la labor de un
grafólogo. Así que opté, respetando la sencilla fórmula, por el adjetivo
incipiente. Mi intención nace hoy, es por tanto “incipiente” y desde este
momento no es otra que compartir con vosotros todas las semanas mis
experiencias en el mundo de la grafología, universo desconocido al que el caso Bárcenas ha dado algo de populridad.
Todo análisis grafológico conlleva una buena dosis de
paciencia. Una recomendación: sospecha de aquel que te ofrezca análisis express.
Acercarse a la personalidad de una persona mediante su escritura es eficaz,
pero laborioso. Un análisis grafológico serio y veraz lleva su tiempo y en la actitud
del grafólogo la inocencia es una mala aliada. De cuanto dejamos escrito nada
es baladí. Cada trazo de la letra y de la firma de un individuo nos aporta
información sobre cómo somos y cómo nos comportamos, eso nos obliga a los
grafólogos a que nuestra actitud carezca también de toda inocencia. Consciente
o inconscientemente, al escribir hablamos desde el corazón y desde el cerebro,
unas veces con más protagonismo de uno
que de otro, pero siempre proyectándonos desde nuestro yo íntimo hacia nuestro
yo social.
Si observamos la
firma del pintor Salvador Dalí a finales de los años sesenta del pasado siglo (la
primera, arriba) y a comienzos de los setenta, observamos que, a pesar de
existir alguna diferencia, existen semejanzas. Centrémonos sólo en la originalidad y extravagancia de su inicial
mayúscula. ¿Tiene algo que ver con la de Miguel Hernández?:
¿O con la firma del Dalí joven, tímido y retraído,
totalmente anulado por sus padres tal y como él reconoce en su biografía y
cuentan de él sus amigos de juventud, y que reproducimos abajo?
Sin conocer a los personajes, no es el caso, haciendo ese
imposible ejercicio de abstracción, sería fácil saber, usando sólo el sentido
común, cuál de los tres personajes (Dalí joven, Dalí maduro, poeta Miguel) gustaba de llamar la atención, como un rasgo
de su personalidad en el momento de plasmar su firma. Insisto, en el momento de
plasmar su firma, porque, como vemos, la personalidad de todos nosotros cambia
con el tiempo y por las circunstancias.
Siendo las de Miguel Hernández y la de Salvador Dalí dos personalidades creativas, su actitud
hacia el exterior se nos muestra claramente distinta. Los adornos y la rúbrica
forman parte de la firma y su información también es muy valiosa. Alguien
podría decir, y hay quien lo dice, que esas afirmaciones se hacen cuando de
antemano se conoce al personaje, que si no es así, la grafología es una mera
adivinación.
Os pido que hagáis un ejercicio: ¿Si vemos esta firma
podemos decir que es la de una persona que gusta de pasar inadvertido?
Y si vemos ésta:
¿Transmiten o no diferente información aún a simple vista?
Desentrañar esa información, plasmarla negro sobre blanco en un informe técnico
para usarla en múltiples disciplinas como la Justicia, la Educación , la
Medicina o los RR HH, es la función de
los grafólogos.
Nos vemos, si queréis, todos los viernes cada quince días a partir del 4 de octubre.
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