miércoles, 2 de octubre de 2013

Hay firmas y firmas...



Mi primera intención fue titular este nuevo blog sobre Grafología “El grafólogo inocente”, o “impaciente”, aprovechando la presencia en el subconsciente colectivo de los títulos de las obras de Nigel Barley (“El antropólogo inocente”) y Lorenzo Silva (“El alquimista impaciente”), dos libros más que recomendables que no tienen nada que ver directamente con la grafología, dicho sea de paso, pero sí con la esencia del quehacer del grafólogo y cuyos títulos son directos, cortos e informativos. Sin embargo, nada más lejos que la inocencia y la impaciencia para definir la labor de un grafólogo. Así que opté, respetando la sencilla fórmula, por el adjetivo incipiente. Mi intención nace hoy, es por tanto “incipiente” y desde este momento no es otra que compartir con vosotros todas las semanas mis experiencias en el mundo de la grafología, universo desconocido al que el caso Bárcenas ha dado algo de populridad.
Todo análisis grafológico conlleva una buena dosis de paciencia. Una recomendación: sospecha de aquel que te ofrezca análisis express. Acercarse a la personalidad de una persona mediante su escritura es eficaz, pero laborioso. Un análisis grafológico serio y veraz lleva su tiempo y en la actitud del grafólogo la inocencia es una mala aliada. De cuanto dejamos escrito nada es baladí. Cada trazo de la letra y de la firma de un individuo nos aporta información sobre cómo somos y cómo nos comportamos, eso nos obliga a los grafólogos a que nuestra actitud carezca también de toda inocencia. Consciente o inconscientemente, al escribir hablamos desde el corazón y desde el cerebro, unas veces con más protagonismo  de uno que de otro, pero siempre proyectándonos desde nuestro yo íntimo hacia nuestro yo social.






Si  observamos la firma del pintor Salvador Dalí a finales de los años sesenta del pasado siglo (la primera, arriba) y a comienzos de los setenta, observamos que, a pesar de existir  alguna diferencia, existen semejanzas. Centrémonos sólo en la originalidad y extravagancia de su inicial mayúscula. ¿Tiene algo que ver con la de Miguel Hernández?:



¿O con la firma del Dalí joven, tímido y retraído, totalmente anulado por sus padres tal y como él reconoce en su biografía y cuentan de él sus amigos de juventud, y que reproducimos abajo?




Sin conocer a los personajes, no es el caso, haciendo ese imposible ejercicio de abstracción, sería fácil saber, usando sólo el sentido común, cuál de los tres personajes (Dalí joven, Dalí maduro, poeta Miguel)  gustaba de llamar la atención, como un rasgo de su personalidad en el momento de plasmar su firma. Insisto, en el momento de plasmar su firma, porque, como vemos, la personalidad de todos nosotros cambia con el tiempo y por las circunstancias.
Siendo las de Miguel Hernández y la de Salvador  Dalí dos personalidades creativas, su actitud hacia el exterior se nos muestra claramente distinta. Los adornos y la rúbrica forman parte de la firma y su información también es muy valiosa. Alguien podría decir, y hay quien lo dice, que esas afirmaciones se hacen cuando de antemano se conoce al personaje, que si no es así, la grafología es una mera adivinación.
Os pido que hagáis un ejercicio: ¿Si vemos esta firma podemos decir que es la de una persona que gusta de pasar inadvertido?


Y si vemos ésta:




¿Transmiten o no diferente información aún a simple vista? Desentrañar esa información, plasmarla negro sobre blanco en un informe técnico para usarla en múltiples disciplinas como la Justicia, la Educación , la Medicina o los RR HH, es  la función de los grafólogos.
Nos vemos, si queréis, todos los viernes cada quince días a partir del 4 de octubre. 

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